25 ago 2025
Es imposible puntualizar cuál es la esencia que define a toda una generación, pero los miembros de la Generación Z pasamos mucho tiempo pensando qué nos diferencia de los nacidos antes y después de nosotros.
Los hijos del “baby boom” no se llevan bien con la tecnología. Los mileniales sacan a pasear a sus “pichichos” y desprecian “la adultez”. La Generación Alpha está condenada. ¿Y la Generación X? En realidad nadie sabe… Así que ahora en el banquillo de los acusados estamos nosotros, y nos miran con desconcierto tanto “los de antes” como “los de después”.
La Generación Z la integran los nacidos entre 1997 y 2012, así que los mayores de esa generación pueden recordar la presidencia de George W. Bush, por ejemplo, mientras que los menores seguramente ya crecieron usando el iPad en la mesa de un restaurante. A algunos se nos reconoce por mirar fijamente de manera incomodante o por preferir los subtítulos a los doblajes. Pero lo que es universal a todos nosotros es que las personas que pertenecen a otra generación no logran sacarnos la ficha.
Por eso The Washington Post reunió a todos los miembros de su staff que pertenecen a la Generación Z para que hicieran una lista no exhaustiva de las peculiaridades y manías que mejor los definen.
Cuanto más fácil se hizo hablar con una persona gracias a los avances tecnológicos, más difusa se fue volviendo la comunicación. Para bien o para mal, las llamadas telefónicas son cosa del pasado, y se usan mayormente para hablar con familiares a los que les cuesta enviar mensajes de texto. De lo contrario, una llamada inesperada es señal de problema. Esas llamadas sorpresivas son necesarias cuando pasa algo tan importante que no se puede enviar por mensaje. Cuando el bolsillo empieza a vibrar, se dispara la inquietud: ¿Qué pasó?
La respuesta suele ser: nada. Pero ese momento de pánico entraña muchas posibilidades: ¿Quién se murió? ¿A quién dejé colgado? ¿Me llaman para echarme/contratarme? La respuesta natural es ir al grano: el “hola” es reemplazado por un tono directo, a veces brusco, y una respuesta racional. Esas señales sociales gastadas, como el saludo, se sustituyen por algo más inmediato, incluso en los mensajes de texto. Puede parecer de mala educación, pero hoy en día, es simplemente el ritmo de la información.
Billetera, celular, auriculares, llaves: tengo todo.
Si nos ves en el metro, en el supermercado o hasta en la oficina, lo más probable es que estemos con los auriculares puestos.
“Uso mucho los AirPods en el trabajo. Suelo tener uno puesto, de un solo lado. Escuchar un podcast hace que el tiempo pase más rápido”, dice Henry Heyburn, de 21 años. Para algunos es un mal hábito, incluso una falta de respeto. Para otros, como los padres de Heyburn, es un pequeño motivo de preocupación, una excusa de su hijo para evitar las interacciones sociales.
¿Pero qué pensamos nosotros? Heyburn cree que la “aclimatación” de la Generación Z a un entorno supercargado de información y altamente estimulante podría explicar la omnipresencia de los auriculares: “Hoy en día estamos expuestos a muchísimos contenidos. Es raro sentirse en déficit”.
Cuando nuestra generación estaba en la escuela secundaria tomó la decisión consciente de cambiar las mayúsculas automáticas por minúsculas, siempre. Ava Hausle, de 22 años, comenta que su transición a escribir todo en minúscula comenzó en los pasillos de la escuela secundaria Malcolm E. Nettingham en Scotch Plains, Nueva Jersey.
“Dejé de usar la mayúscula en la secundaria, porque todos estaban haciendo lo mismo, así que me sumé”, recuerda Hausle. “Y en las redes sociales también vi a mucha gente que tenía desactivada la mayúscula automática”.
¿Pero por qué? Hausle cree que sus compañeros evitaban las mayúsculas porque enviar mensajes de texto es un acto informal de comunicación, y nada más lejos de eso que usar mayúsculas. “La minúscula le imprime un tono más relajado”, apunte Hausle. “Transmite una sensación de mayor acercamiento”.
Sin embargo, para muchos el cambio probablemente sea transitorio. “De hecho, últimamente estuve pensando en volver a poner mayúsculas cuando me reciba de la universidad e ingrese de lleno en la vida adulta... Y tendré que adaptarme a escribir así para que no me consideren infantil”, dijo Hausle.
Carissa Newick tiene 22 años y hablar por teléfono nunca le gustó demasiado, así que cuando empezó a recibir “mensajes de voz” por iMessage, hace alrededor un año, le pareció la solución perfecta. Si le pasaba algo raro, podía dejarles un pequeño mensaje a sus amigos, con tono claro y la inflexión de voz correspondiente.
“Si quiero contarles algo a mis amigos, como algo que me acaba de pasar —algo gracioso, algo raro, o algo que me enojó—, es más fácil expresarlo por mensaje de voz”, dice Newick. “Así pueden escuchar directamente mi tono de voz, y no tengo que escribir y además buscar emojis o algo que exprese lo que siento”.
Newick envía mensajes de voz grupales varias veces a la semana, con temas que van desde novedades importantes de su vida hasta comentarios de algo raro que vio por la calle, como si fuera un “mini podcast”. Esos mensajes grupales no se envían a todos los contactos —Newick, por ejemplo, sigue llamando a sus familiares—, pero esa función de iMessage le permite tener una comunicación regular y cariñosa con sus amigos.
¿Adiós a lo nuevo y bienvenido lo… viejo?
Nuestra generación pasó por una época en la que todos tenían una Polaroid color pastel que imprimía las fotos al instante, y ahora pasamos a una obsesión menos voluminosa: las cámaras digitales, esas que quedaron guardadas en cajones, olvidadas por los padres y listas para usar. “Hace dos años, mi familia me llevó a las Bahamas y para ese viaje me quería comprar una cámara”, dice Kife Akinsola, de 19 años. “Pero papá me dijo: Esperá, tenemos una que no se usa desde hace más de diez años…”
Ahora lleva firmemente en la mano una Casio Exilim de 2007 de 8,1 megapíxeles de resolución, así que entre sus amigos de la universidad es la “fotógrafa designada”. Y al parecer, en todos los grupos de amigos hay alguien como ella. Pero es una responsabilidad constante: se te llena el teléfono de mensajes de tus amigos que te piden que les transfieras las fotos para sus publicaciones programadas de Instagram. Incluso hay cuentas de Instagram dedicadas exclusivamente a fotos de cámaras digitales, llenas de imágenes con ese granulado y crudeza tan característicos.
Para Akinsola, no tener que gastar dinero en una cámara cuyo atractivo reside justamente en su baja resolución fue una ventaja, pero lo que realmente la atrajo fue la emoción que se transmite a cada foto. “Es muy diferente la forma en que captura un momento, y lo vuelve más nostálgico y real que la cámara del celular”, dice. “Siento que estoy congelando un recuerdo, no solo tomando una foto”.
Un artículo de opinión de 2024 publicado en The Washington Post analizaba el uso humorístico que hace la Generación Z de los emojis. Lo más notable podría ser nuestro rotundo rechazo al típico emoji de “carita sonriente”. En cambio, la Generación Z prefiere el emoji sollozando. O el emoji de calavera. O el de tumba. Pero la tormentosa relación de nuestra generación con los íconos digitales no termina ahí.
Para empezar, está en constante cambio. “Es tan fluido… Un emoji puede significar una cosa, pero unos meses después puede tener un significado completamente diferente”, dice Molly Bloomfield, de 18 años. “En 2021, por ejemplo, usaron emojis de sillas para representar la risa. ¿De dónde salió eso? ¡Es una silla!”.
Aunque no existe un protocolo estricto ni universal para el uso de los emojis, intentamos no exagerar. Rhea Nirkondar, de 22 años, admite que una explosión de emojis es una forma segura de identificar a alguien despegado de la realidad. “Mis abuelos son nuevos en el uso de emojis, y los usan en exceso, algo que mis compañeros no suelen hacer por miedo a parecer medio raros”.
Nuestra generación no solo bebe menos alcohol que quienes nos precedieron, sino que también somos conocidos por ser esas molestas personas que le piden al camarero o al barman que cierre la cuenta después de pedir una sola bebida, aun sabiendo que después pueden volver a abrirla, y sí, volver a abrirla para “probablemente” solo una copa más. Quizá sea señal de nuestra falta de compromiso, o quizá simplemente no tenemos tanto dinero como para despreocuparnos de la cuenta al final de la noche. Sea como sea, nuestra aversión a dejar “abierta la cuenta” se nota a la distancia, simplemente por nuestra edad.
Un ejemplo: Un día después del trabajo, el grupo de pasantes de The Post fue a un bar en Logan Circle llamado Crown & Crow. Después de que el portero chequeara la edad de esa larga fila de jóvenes que presentaron su documento, la tensión se trasladó al camarero. Cuando el grupo pidió la primera ronda de bebidas, el camarero les hizo la pregunta candente de la noche: “¿Dejo abierta la cuenta o la cerramos?”
Todos menos uno respondieron al unísono: “Cerrala”. Y sí, cada uno pagó por separado con tarjeta de crédito o Apple Pay.
No es que Brianna Schmidt, de 19 años, no quisiera aprender a manejar, pero tenía demasiados obstáculos en el camino, incluyendo el acceso a un auto para practicar. “Sé que mucha gente dice: ‘Ah, no tenés registro… Qué garrón”, dice Schmidt. “Pero hoy en día hay infinitas razones para no manejar. No lo tengo ni que pensar…”.
Los integrantes de la Generación Z sacan registro mucho más tarde y en menor cantidad que las generaciones anteriores, y las razones incluyen la preocupación por el medio ambiente y la masividad de Uber y otras empresas de transporte. A Schmidt, la sola idea de tener que aprender a manejar le generaba ansiedad, pero se tranquilizó cuando ingresó a la Universidad Estatal de Michigan y se familiarizó con el sistema de transporte público de la ciudad, lo que retrasó aún más la necesidad de sacar el registro.
La independencia que da el auto y el atractivo de las rutas siempre sedujo a los sobreexcitados adolescentes, pero Schmidt cree que vivimos en una era diferente gracias a los avances tecnológicos y de la comunicación. “Tenemos tantas cosas que hacer en casa o con nuestros amigos que no sentimos la necesidad de decir: ‘Tengo coche y puedo ir adónde quiera”.