viernes 18 de julio de 2025

Noticias | 18 mar 2020

Coronavirus

Así sobrevive una familia en cuarentena en Italia

" La Protección Civil a las 18 da su conferencia de prensa diaria y comunica los nuevos datos. Cuántos muertos más, cuántos contagiados más, cuántos curados más. Es como un boletín de guerra. Todavía no se alcanzó el pico. En verdad la planilla con los números me llega antes, embargada, a través del grupo WhastApp de la Asociación de la Prensa Extranjera. “ ¡1800!”, grito. “¿1800 qué, mamá?”, pregunta Juan Pablo. “No, nada...”.


Sin despertador para empezar el día

Me despierto sin reloj despertador. Las mañanas son iguales, ya no hay diferencias entre días de semana. Los chicos no tienen clases y no se puede salir. Café y jugo de naranja para todos. Llega un WhatsApp de mi amiga Daniela, que vive en China, pero que con el estallido de la pandemia se había ido a Estados Unidos a lo de los suegros, que cuenta que está de vuelta. “Acá las cosas están un poco mejor, se ve la luz al final del túnel..

El barbijo sigue siendo obligatorio, te toman la temperatura para entrar a bancos, correos, hoteles, etcétera, pero casi todos los restaurantes están abiertos y hay gente en la calle. Macau no tiene casos desde hace un mes, así que tenemos esperanzas de la que la vida vuelva a la normalidad dentro de poco...Todavía no conseguimos barbijos -en la farmacia me dicen que deberían llegar el 20-. Salgo a la calle con un pañuelo cubriéndome nariz y boca, tipo cowboy. El silencio es ensordecedor. No hay casi nadie. Más gaviotas que gente. Voy al el mercado de Campo dei Fiori al puesto de Carla y Sandra para comprar frutas y verduras. Sorpresa: la plaza está vacía. Hasta la semana pasada el mercado abría algunos días, pero ayer dispusieron su cierre total por una ordenanza, me cuenta Rossana, la kioskera, que me aconseja ir a Vía dei Cappellari donde uno de los puesteros, Claudio, tiene un local que está abierto. Voy para allá y consigo fruta y verdura. Todo mucho más caro.

Mi hijo Juan Pablo, de 14 años, ya empezó con sus videoclases. Ahora tiene una clase de épica. Carolina, de 12, debería empezar mañana. Hay problemas con el sistema porque no todos los de su curso lograron acceder a la plataforma. Menos mal que las escuelas se están organizando. Lectura de diarios. Llega un mensaje de la embajada que el último vuelo de Aereolíneas Argentinas de Roma a Buenos Aires va a ser el lunes 16. Llamo a la cónsul y armo nota para el online.

Momento de limpieza de la casa. Teresa no viene desde hace una semana. Llega mensaje del maestro de piano de Carolina: la clase va a ser por Skype y me pide el usuario. Aparece Carolina con el labio hinchado porque tiene un afta que le duele. Le mando un WhatsApp a la pediatra, con foto y todo. Me contesta que le ponga un gel. Voy a tener que ir a la farmacia.

También la farmacia cambió de fisionomía. Atienden con máscaras y antiparras ya desde hace días. Pero ahora también pusieron un vidrio, tipo trinchera. Enza, la farmacéutica, no oculta su alarma. “Para nosotros es un peligro continuado... Ayer vino un señor con fiebre, tos y resfrío”, dice. Cuenta que no da abasto y que su hermana, que tiene tres chicos, ayer tuvo que dejarlos solos para ir a dejarle comida a su mamá, en el ascensor, para cuidarla de eventuales contagios. Compro un tarro de 100 tabletas de vitamina C que me recomienda Enza. Una por día para cada uno de la familia.

 

Desde la farmacia, hasta dónde fui en bici, decido volver a casa dando una vuelta y pasando por Piazza di Spagna. La desolación es absoluta. Aunque hay otras personas, como yo, en bici. De hecho, al llegar por Vía Condotti a la Piazza di Spagna, donde es impresionante ver la escalinata de Trinitá dei Monti vacía, la policía para a otro ciclista que está justo al lado mío. Para salir a la calle, incluso a pie, hay que llenar un formulario donde uno certifica que lo está haciendo por motivos urgentes, como ir a la farmacia o a comprar alimentos. Aunque tengo el carnet de periodista, igual llevo el formulario.
Más allá de los videojuegos y el celular, que por supuesto ayudan a pasar el tiempo, no es fácil el encierro para los chicos. Juan Pablo, en plena adolescencia, está casi siempre conectado con sus amigos. Aunque de repente, increíblemente, también empezó a hacer gimnasia. De algún modo hay que descargar tensiones. Carolina empezó a cocinar: ayer hizo unos bizcochos riquísimos –conectada ella también con el celular con su mejor amiga-. Y hoy se puso a hacer una pascualina...
 

Es el peor momento de día. La Protección Civil a las 18 da su conferencia de prensa diaria y comunica los nuevos datos. Cuántos muertos más, cuántos contagiados más, cuántos curados más. Es como un boletín de guerra. Todavía no se alcanzó el pico. En verdad la planilla con los números me llega antes, embargada, a través del grupo WhastApp de la Asociación de la Prensa Extranjera. “ ¡1800!”, grito. “¿1800 qué, mamá?”, pregunta Juan Pablo. “No, nada...”.
 

Comemos tarde. Hoy pollo al horno. Como siempre la familia esperó que yo terminara de escribir para comer todos juntos. Se me hizo tarde porque entrevisté a una reanimadora de un gran hospital de Milán que recién pudo atenderme después de las 20, cuando terminó su turno. Gerry abre una botella de vino tinto. Nunca más necesario.

Jugamos al TEG. No jugábamos todos juntos desde hace años. Carolina ganó, yo perdí como en la guerra... Ayer jugamos a las cartas, carioca. Acompaño a dormir a Caro, que últimamente quiere que me quede sentada en su cama un rato largo. Charlamos, la acaricio -aunque no se podría-, intento contener esa angustia que oculta, pero que todos tenemos. En el grupo WhatsApp de mis amigas de la facultad, siempre activo, me preguntan cómo estoy. Les contesto que bien, que al final me parece que esta pesadilla tiene un mensaje claro: tenemos que bajar un cambio.

Fuente: La Nación

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