Opinion

Washington advierte y condiciona

“Sí, Wanna, dijo Milei”

El respaldo de Estados Unidos, presentado como histórico, exhibe una trama de condicionamientos, contradicciones y mensajes cruzados.

15 oct 2025

El anuncio del acuerdo financiero con Estados Unidos, presentado como un punto de inflexión para la economía argentina, ha revelado una compleja red de condicionamientos políticos y estratégicos. Lo que en un inicio fue comunicado como un swap de monedas de magnitud histórica terminó mostrando la dependencia estructural de la administración Milei respecto de los intereses de Washington.

El secretario del Tesoro estadounidense, Scott Bessent, ofreció la definición más precisa —y a la vez más inquietante— del acuerdo: “No es un rescate; es comprar barato y vender caro.” La frase eliminó cualquier ambigüedad sobre la naturaleza del programa. Lejos de constituir un apoyo institucional, se trata de una operación especulativa con fines de rentabilidad para el Tesoro norteamericano.

Bessent fue incluso más explícito al confirmar que el gobierno argentino se comprometió a “sacar a China de la Argentina”. La declaración, que introduce un componente geopolítico directo, contradijo de inmediato al ministro de Economía, Luis Caputo, quien había asegurado que el swap con el Banco Popular Chino continuaría vigente. La reiteración pública de Bessent sobre ese punto dejó poco margen para interpretaciones: una de las condiciones del acuerdo con Estados Unidos es la cancelación del vínculo financiero con Pekín.

A esa contradicción se sumó otro dato revelador. La intervención estadounidense en el mercado cambiario, que fue presentada como un respaldo masivo, resultó limitada. Según fuentes del propio mercado, el Tesoro norteamericano inyectó apenas 80 millones de dólares el primer día, sin confirmación oficial de operaciones posteriores. En la práctica, el apoyo financiero fue simbólico: una maniobra de señal, no un flujo de fondos sostenido.

El equilibrio se alteró por completo con la declaración del presidente Donald Trump, quien advirtió que “si Milei pierde, no seremos generosos”. Fue una frase inusual en la diplomacia contemporánea: un recordatorio de que el apoyo estadounidense no es institucional, sino personal, y que su continuidad depende del resultado electoral argentino. En lugar de transmitir confianza, el mensaje proyectó vulnerabilidad política y subordinación.

La respuesta del gobierno argentino, y de parte de la prensa afín, consistió en intentar reinterpretar las palabras de Trump. Sin embargo, los intentos por suavizar el impacto solo reforzaron la percepción de dependencia. En política internacional, las aclaraciones suelen ser menos efectivas que los silencios: cuando un aliado necesita explicar lo que su socio “quiso decir”, la asimetría ya quedó en evidencia.

En paralelo, el anuncio de una inversión de 25.000 millones de dólares por parte de OpenAI y Sur Energy para construir un megacentro de datos en la Patagonia fue recibido con escepticismo. La magnitud del proyecto, el momento político y la falta de detalles técnicos generaron dudas incluso entre los actores del sector energético y tecnológico. En una economía que apenas logra sostener intervenciones diarias del Banco Central, semejante volumen de inversión parece improbable a corto plazo.

En conjunto, los acontecimientos de la última semana consolidaron una percepción: la política exterior del gobierno argentino ha quedado supeditada a la coyuntura electoral y a la relación con una administración extranjera. El discurso de soberanía económica, eje central del relato libertario, ha sido desplazado por una lógica de dependencia financiera que, en su esencia, reproduce viejos esquemas de tutela externa.

El votante medio argentino, históricamente sensible a las señales de autonomía nacional, difícilmente interprete esta secuencia como un signo de fortaleza. La combinación de incertidumbre económica, condicionamientos externos y contradicciones oficiales erosiona la credibilidad del gobierno más que cualquier campaña opositora.

Lo que el Ejecutivo presentó como un acto de confianza internacional se ha convertido, en los hechos, en un recordatorio de fragilidad.
Cuando la ayuda llega acompañada de exigencias, y las promesas de respaldo se formulan en tiempo condicional, el mercado no ve cooperación: ve riesgo.
Y la sociedad, que ya ha aprendido a traducir el lenguaje financiero en consecuencias cotidianas, también lo entiende así.