lunes 17 de junio de 2024

Noticias | 9 oct 2016

Cómo poner límites a nuestros hijos y lograr que los respeten


Todas las mamás lo sabemos: si desde chiquitos les ponemos límites a nuestros hijos, cuando crezcan se convertirán en adultos seguros, capaces de resolver conflictos y tolerar frustraciones. Pero por más que la teoría la sepamos de memoria, muchas veces la práctica nos la llevamos a marzo. Encontrar un modelo más equilibrado -que tenga en cuenta sus deseos y elecciones y, al mismo tiempo, no los deje hacer solo lo que ellos quieren- nos está costando. Algunos expertos dicen que, como generación de padres, padecemos un exceso de permisividad y nos falta una cuota de firmeza, que termina por debilitar a nuestros hijos. Entonces, nuestro desafío es poder poner límites claros pero en forma amorosa, que les permita a los chicos sentirse seguros pero a la vez comprendidos y, sobre todo, que nos permita a todos pasarla bien cuando estamos juntos en casa.

 

AUTORIDAD CON EMPATÍA

La empatía es el recurso de crianza más novedoso. El primer paso es ejercitar el "te comprendo", que es, básicamente, entender lo que nuestro hijo está sintiendo y poner en palabras lo que expresa con su cuerpo, ya sea llanto, pataleta, susto o cansancio; recién cuando crezcan y sean más autónomos podrán hacerlo solos. Podés decirle: "Estás cansado y tenés sueño, por eso estás molesto". Una vez que entraste en contacto con él, vas a ver que tu hijo te mira a los ojos porque se siente escuchado. Ahí es hora de avanzar con la segunda parte: "Ahora te digo lo que está mal". La explicación tiene que ser cortita, no es para convencerlos, es para informarlos. Acá puede pasar que tu hijo se enoje, que trate de provocarte y que incluso te diga cosas hirientes: "Sos mala", "sos la peor del mundo". Preparate para bancarte esos desplantes. En estos momentos, es importante que no te enganches en esa y que sostengas claramente tu límite: "Está bien que te enojes, pero yo soy tu mamá y voy a hacer siempre lo que me parece que es lo mejor para vos". Ahí le estás permitiendo su enojo, pero sin enojarte vos.

 

EDUCAR EN CONSECUENCIAS

Cuando nuestros hijos son chicos, el límite se fija por repetición y requiere más nuestra firmeza; si le decís a tu hijo: "Andá a bañarte" y no va, lo llevás a la bañadera. De a poco, él aprenderá que todos los días hay que bañarse. Pero cuando los chicos ya tienen formada una conciencia moral -a partir de los 5 o 6 años-, ya entienden qué está bien y qué está mal. Ahí podés usar "el sistema de las consecuencias"; decir las cosas una vez y luego anunciar la consecuencia si no lo hace. "El que no está bañado a la hora de sentarse a la mesa se queda sin helado". Pero para que el sistema funcione es imprescindible que, una vez que las decimos, las hagamos cumplir. Así tus hijos sabrán que lo que decís va en serio. Por eso, más vale no apurarse a decirlas y elegir bien las batallas que queremos pelear.

Algunos consejos:


Que funcionen como advertencia: hay una diferencia muy importante entre las consecuencias y los castigos o penitencias. Y es que las consecuencias las tenés que decir antes de que sucedan las cosas, no después.

Que sean cumplibles: buscá que no sean cosas arbitrarias sino todo lo contrario, tienen que ser posibles, inmediatas (ahora, hoy o mañana, no "el fin de semana"), cortas (si es demasiado larga, se vuelve difícil de sostener), reparadoras (cuando cometemos un error, nos hace bien reparar el daño hecho).

 

Que sean proporcionadas con lo que pasó: lo ideal es que resulten respetuosas y valiosas para aprender. Por ejemplo, ayudar a lavar el auto puede servir para compensar un suéter perdido o hacerle un dibujo a papá puede remediar haberle contestado mal.

En definitiva, establecer un sistema de consecuencias les da a los chicos la libertad de elegir entre hacer lo que les pediste o no hacerlo y enfrentar la consecuencia. Y a nosotras nos da la posibilidad de ir inventando a partir de lo que no funcionó: siempre podés decir: "A partir de ahora vamos a hacer tal cosa". En ese caso, si vemos que ellos no pueden autolimitarse, tenemos que volver a ocuparnos nosotras de establecer hasta dónde llegar. Este "retroceso" pasa también en la preadolescencia, cuando buscan diferenciarse del mundo adulto a propósito.

De todas maneras, relax. Porque mucho de lo que nos pasa como padres es "prueba, ensayo y error" hasta encontrar la estrategia que mejor funciona, para ellos y para nosotros. Nadie dice que sea fácil, pero se puede.

 

RECURSOS FRENTE AL CAPRICHO

Por Marisa Russomando.

 

Juego: no todo límite tiene que ser tedioso. A la hora de abrigarse, podés proponer: "¿Y si jugamos una carrera con el ascensor, a ver si te ponés la campera antes de que llegue?". El único límite es nuestra imaginación.

 

Negociación: es muy común hoy en día. Sería decirle: "Si hacés la tarea del cole, te llevo a la plaza a jugar a la pelota más tarde". Lo malo de esta estrategia es que no hay aprendizaje real, y que esto, a la larga, puede transformarse en un chantaje. Usarlo está bien, pero no abusemos.

 

Humor: a veces, en lugar de retar, podemos hacer un chiste. Y el mensaje llega igual.

Lenguaje gestual: funciona cuando los límites ya están puestos. Entonces, con una mirada o un tono de voz, el chico entiende que se equivocó y tiene que corregir.

 

Desviar la atención: si es chiquito, es fácil desviar su atención de un objeto conflictivo a otro libre de peligro. Podés decirle: "No podés ayudarme a cocinar, pero sí podés jugar con esta plastilina que te doy".

 

Expertas consultadas: Maritchu Seitún, psicóloga experta en crianza y Graciela Scolamieri, obstétrica, coordinadora de grupos de crianza.

 

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